Wednesday, May 20, 2009

Prisión de Oro

Hoy me encuentro en el hotel más lujoso de Puerto Príncipe, Haití. Es algo surreal para mi mente, un mundo conocido pero a la vez distinto, una sensación indescriptible de inconformidad, de ingratitud, de egoísmo que atora mis venas sin dejar más oxígeno pasar. Me intoxico de dudas, me inundo de recuerdos que por alguna de esas indescifrables razones de la mente, esta ciudad trae a mi piel. Tal vez es la música que escucho desde esta silla de metal en mi balcón, me recuerda la alegría de la gente, o el humo del cigarrillo que después de algunos días encendí. La muerte del poeta con cuyos versos alguna vez me enamoré. Me recuerdan de ese amor lejano que hoy cumple años, muchos más que yo. De ese amor que hoy vivo intensamente por cada poro de mi piel. Pienso en el amor, ese indescriptible sentimiento, una enfermedad, como lo llama mi querido amigo, una pasión que trasciende al cuerpo, como lo llamaría yo. Y el Perú, como ocurre todos los domingos, se apodera de mi mente, y más aún, de mi corazón. Mi alma vive partida entre dos mundos y me pregunto si esa sensación nunca se irá. Tal vez así nacemos algunos, cuestionadores incansables por naturaleza, seres insaciables de vida, de mar. Tengo 23 años y algunos meses de vida. 23 años que hoy parecen inmensamente largos, un río caudaloso de vida dónde no recuerdo el principio ni logro ver el fin. Cómo entenderme, cómo lograr descifrar la infinidad de emociones que llevo dentro, me apasionan, me ciegan, me presionan hasta dejar las lágrimas correr y el corazón dolido. Cómo saber si soy realmente feliz. Hay días, como este, dónde la causalidad de mis días en este mundo se esfuma, desaparece y me encuentro en una realidad paralela de colores distintos. Colores que mis ojos ciegos no logran percibir. Un mundo asquerosamente injusto. Una vida ridículamente afortunada. Una raíz cortada en mi interior.

Mariana

20 de mayo de 2009, Puerto Príncipe, Haití

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